ELENACAMACHOROZAS´S BLOG (08/01/2020)
Lectura fácil de
Cristina Morales, subtitulada Ni amo ni Dios
ni marido ni partido ni de fútbol, Premio Herralde de Novela, es
una obra peculiar en que se libra una batalla contra los seres normalizados y
su lengua normalizada, desde unos presupuestos distintos pero muy reiterados.
Esta novela, que semeja un batiburrillo en cuanto a la asignación de subgénero,
tiene más de grito y cruce de voces disidentes que de narración clásica. Por
eso rechaza modas y tradición, costumbres vulgares y pensamientos light. Y no deja títere con cabeza. Tanto es
así que dudo que deje indiferente a nadie.
Mi
lectura de ella no ha sido especialmente fácil, pese al título. En alguna
ocasión, no he tenido claro quién era la voz narrativa que se expresaba y hube
de releer ciertos diálogos, que se ajustan a una moda muy actual, me refiero a
los enunciados de los personajes inmersos dentro de la narración, sin rayas que
los distingan y con apenas verbos de lengua. También se ha hecho uso de
diálogos dentro de diálogos, sin transición narrativa que muestre que uno de
ellos relata una conversación antigua que se cuenta en un momento posterior,
aunque la presencia de unos u otros interlocutores nos den las pistas
necesarias para interpretarlos. Por otro lado, no me parece creíble que cuatro
discapacitadas intelectuales piensen, se expresen o escriban con una claridad
de la que serían incapaces muchos presumiblemente con más inteligencia. Pero,
en cualquier caso, me ha parecido una novela rompedora, que no se limita a
hacer literatura tópica sino que trasciende aquello a lo que estamos
acostumbrados para utilizar un lenguaje políticamente incorrecto a sabiendas de
que ahora hay mucha censura gramatical. En cuanto a esto, he de decir que a mí
me encanta no seguirle el juego a la política metida a académica para designar
qué es lo correcto y lo que no a nivel lingüístico.
Lectura
fácil se centra en cuatro mujeres de una misma familia de
apariencia endogámica que conviven en una casa tutelada de Barcelona, tras
pasar por diferentes instituciones. Ellas buscan “autogestionarse”, emanciparse
de quienes les dictan cuál debe ser su comportamiento. Junto a una especie de
autobiografía de Nati, la segunda en grado de discapacidad, hermanastra de
Patricia y prima segunda de Ángels y de Marga (la más desvalida e impúdica, con
la que se lleva a las mil maravillas), leemos las actas de una asamblea
anarquista, varias declaraciones ante un juzgado por la “solicitud de
esterilización de incapaces” de Margarita, la más subnormal (sic), y las
memorias de Ángels según la técnica de la Lectura
fácil: Métodos de redacción y evaluación de Óscar García
Muñoz, en las que se remonta a su juventud, cuando se la mandó al médico para
diagnosticarle su deficiencia. Buscado en Internet, compruebo que el libro
titulado así y que también da nombre a esta novela existe, y que fue editado
por el Real Patronato sobre Discapacidad del Ministerio de Sanidad Servicios
Sociales e Igualdad; aunque descuadre que dicho personaje lo haya podido leer y
asimilar a la perfección sin caérsele de las manos (¿prejuicios como tantos
otros?), pues a bote pronto parece un ensayo pedagógico o un manual de estilo
un tanto árido.
Aparte de su “diversidad
funcional”, cada una de las cuatro tiene lo suyo: Ángels, la escritora en
ciernes por wasap, es tartamuda. Nati padece el inexistente “síndrome de las
compuertas”, una especie de coraza mental que hace que su pensamiento reprima
lo que ocurre en su exterior, desde un accidente no explicado que le sucedió poco
antes de doctorarse y que me recuerda a lo que oí llamar de niña “pasarse de
listo”, expresión hoy mordaz y recriminativa que en nada se parece. Patricia
sufre de logorrea (emisión excesiva de palabras desordenadas por un estado de
excitación), lo que diríamos que comparte con la propia narradora, trasunto o
no de su autora, que eso ya es otra historia. Y Marga tiene una pulsión sexual
irreprimible.
Muchas de las opiniones
vertidas en el libro, como las reflejadas en el Ateneo anarquista en relación a
las casas okupas no las compartirán la mayoría de los lectores, pero no creo
que haya que quedarse ahí. La autora quizá sea una antisistema, ¿pura fachada o
no?, pero es su personaje Nati, alter ego o simple invención de Cristina
Morales, el que continuamente desconfía del Estado del Bienestar que, según
ella, tergiversa su denominación cuando no promueve un verdadero bienestar
social sino una dinámica asistencial. Es verdad también que Nati, quien sugiere
la celada ideológica que impone nuestra visión del mundo eurocéntrica y la que
nos pone ante las narices otras opciones, echa por su boca sapos y culebras, y
lo mismo habla de “f*****” (siempre con extranjeros, no con españoles) que de
“machos fascistas” o califica las tiendas y los bares de lacras sociales.
Y es indudable que, sin pudor alguno, se busca que no se criminalice el deseo
sexual, así como alejarse de un feminismo que lo castra. Salvando las
distancias, la novela me ha recordado una serie cómica de Leticia Dolera
titulada Vida perfecta (escrito
al revés), en que se refleja un embarazo tras un “aquí te pillo, aquí te mato”
entre un discapacitado y una joven que acaba de romper con su pareja.
Me pregunto si no le asiste
gran parte de razón al verbalizar esa rebeldía. No solo yo misma acabo de someterme
a un eufemismo sino que, cuando estaba dictando al móvil para evitar escribir
esta pequeña reseña, comprobé cómo las palabras follar, coño, puto, fueron censuradas y, en su
lugar, aparecieron las iniciales respectivas y tantos asteriscos como letras desaparecidas.
¿También a las máquinas les suenan tabú algunos términos? ¿O esta manipulación
es la de quienes se esconden tras ellas?
Cuando
leí, tras otorgarle el Premio Nacional, una entrevista en que quizá se
descontextualizaran sus palabras, no me cayó simpática su autora, lo que
acompañado de expresiones como “todos los hombres son fascistas” y algunas
otras de carácter escatológico que menudeaban al comienzo de su obra hicieron
que, en principio, no me atrajese leerla. Después me lo impuse, impulsada por
otros amigos a los que les había gustado y por saber a qué se asomaba Cristina
Morales. Y lo hice, con prevención he de decir. Finalmente, creo que es una
obra muy creativa e innovadora, y no una mera pataleta inconformista, feminista
y combativa, sino algo de mayor calado en un escenario transgresor, es decir,
una voz completamente distinta a todo lo que leemos a diario. Si bien no estoy
tan segura de que sea tan buena, en el sentido genuino de lo que entendemos por
literatura, aunque solo sea por los riesgos que ha corrido, merece la pena. Lo
digo porque, si los puristas hubieran sacado sus armas de destrucción editorial masiva,
podían haber acabado con su buena prensa: temática dura, estilo muy repetitivo,
fragmentos pornográficos, juicios muy ligeros, plaga de generalizaciones,
críticas demoledoras —unas aberrantes y otras más que razonables envueltas no
en papel de regalo sino tras un lenguaje soez—, ¿necesarios? vocablos
inventados como “pahcolauistas”, que alude a la PAH o plataforma de afectados por
la hipoteca y a Ada Colau, y un largo etcétera de objeciones.
En esta novela nada hay bueno
por sí solo, de ahí que se enjuicien individuos
conocidos y cantidad de ideas
preconcebidas para el común de los mortales, y que se haga un repaso verbal, a
bofetón limpio, de muchas palabras inmaculadas y de muchas otras que se vienen
denostando: heteropatriarcado, democracia, nacionalismo, capitalismo,
machismo, ONGs, fascismo, Estado del Bienestar, CUP, Rajoy, Sánchez,
Ciudadanos, Ada Colau, plataforma de afectados por la hipoteca…
Estoy segura de que la voz
narrativa puede caer mal, sobre todo a algunos hombres y a los más
conservadores. Sí, sus juicios discutibles pueden molestar (“la higiene es la
antesala del fascismo”), pero yo los relativizaría, sobre todo teniendo en
cuenta que los pone en su mayoría en boca de Nati, y que no se la hace pasar
por una sesuda intelectual. Pero la profundidad del humor y la originalidad
prevalecen, así como ciertas conversaciones, sobre todo en el Ateneo
anarquista, en que se da pie a argumentos apagóhicos (por reducción al
absurdo) interesantes y divertidos. Y sus reflexiones, aunque choquen
frontalmente con las de otros, en un descarrilamiento crítico que se aleja del
buenismo de Carolin Emcke o de las opiniones que transmite Juan Soto Ivars en
su obra Arden las redes, sobre
el linchamiento digital a causa de la censura posmoderna y horizontal del grupo
de iguales que etiqueta y acusa (las propias redes filtrarían a las personas
afines, que se habitúan a lo monocorde y no al pluralismo, y la corrección
política identifica de forma unívoca lo que uno dice —sea un chiste, una broma
o una opinión— con la realidad o la ideología).
Dicho esto, a veces la
proliferación de tacos llega a resultar cansina, y no por lo soez sino por lo
repetitivo. Y es que, como dirían sus propios personajes, escribe «según
la sale del c***» (¿joroba la cerrazón de móviles y ordenadores cuando escriben
al dictado?).
No sé si temblar o echarme a
reír ante el peligro de que me acuse a mí también de “macha facha neoliberal”
ADVERTENCIA: PROHIBIDO para
mojigatos ultraconservadores y gente de buen vivir, porque se van a enfadar.
CITAS PARA REFLEXIONAR:
La alienación puede ser dos cosas: la originaria del abuelo
Marx y la adaptada a la opresión de cada una, basada en aquella. El yayo Karl
decía que alienación es la desposesión del obrero con respecto a su
manufactura. Yo digo que alienación es la identificación de nuestros deseos e
intereses con los deseos e intereses del poder.
Volved a encajar la cabeza en el yugo y seguid arando la
pantalla del móvil.
Respeto a quien hace ruta de contenedor en contenedor
buscando sustento, respeto que merece no por ser un desfavorecido (cosa que
diría un alma caritativa), ni por ser víctima del capitalismo salvaje (cosa que
diría un oenegeísta), ni por ser un ciudadano igual a todos en derechos y
obligaciones (cosa que diría la Consejería de Familia y Bienestar Social).
¡Qué distinto es regalar un significado a vender una idea,
qué feliz ausencia de seducción hay en el regalo de significados y qué
asquerosidad retórica hay, sin embargo, en la venta de ideas, en que calen los
mensajes y en saber transmitir los pensamientos!
¡Resulta que los hacen en serie y todos los fascistas llaman
fascistas a quienes les plantan cara! Es la ley facha-macha: para el facha,
tolerar significa que el otro se ponga de su lado. El facho-macho no admite la
alteridad salvo que le sea sumisa o, como poco, cómplice, o, cuando menos,
silenciosa, y mucho mejor si la alteridad está muerta.
Pensar para actuar a largo plazo es una claudicación. Pensar
para actuar a medio plazo es una claudicación. Pensar para actuar a corto plazo
es una claudicación. Cualquier proyección a futuro es una quimera que nos han
inoculado importándola de lo institucional, o sea de lo militar, o sea de lo
capitalista, que lo único que consigue es inhibir nuestra reacción inmediata
dándole, así, ventaja al agresor.
Los razonamientos deben ser llevados al absurdo para probar
su falibilidad, es decir su carga de razón, es decir su verdad.
El silencio de la espiral, aquel que afea a quien habla.
F***** es peligroso. Follar es un acto de voluntad, un acto
político, un lugar de debilidad donde caben desde el ridículo hasta la muerte,
pasando por el trance, el éxtasis y la anulación.
El odio es siempre difuso, con exactitud no sé no se odia
bien. La precisión traería consigo la sutileza, la mirada o la escucha atenta;
la precisión traería consigo esa diferenciación que reconoce a cada persona
como un ser humano con todas sus características e inclinaciones diversas y
contradictorias. sin embargo, una vez limados los bordes y convertidos los
individuos, como tales en algo irreconocible, solo quedan unos colectivos
desdibujados como receptores del odio y entonces se difama, se desprecia, se
grita y se alborota (cita del ensayo Contra
el odio de Carolin Emcke, extraída por la autora para
ridiculizarla en boca de una de sus personajes).
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